jueves, 25 de marzo de 2010
lunes, 22 de marzo de 2010
Entrevista con Xóchilt en Nanciyaga.
El baterista y percusionista habla a PyA:
Publicado el 21 Marzo 2010
“Aprendí música con la técnica del corazón”: Cabrera Jasso
“La batería es un instrumento muy reciente y el tambor es parte de la historia de la humanidad. Hay una diferencia en su esencia, en su magia, en su energía milenaria que fue lo que yo sentí”.- “No me considero ni jazzista, ni salsero, ni rumbero, sino sólo músico”.
Xóchitl Partida Salcido
Javier Cabrera
La historia de Javier Cabrera Jasso es la historia de un músico que se atrevió a perseguir sus sueños a pesar de las dificultades. Cuando el padre de Javier se enteró de que su hijo quería estudiar música lo corrió de la casa y le dijo: Nunca voy a permitir que en mi familia haya un mariachi y mucho menos un “Chico Ché”. “A pesar de la reacción de mi padre yo seguí en esto y hasta hoy sigo en esto”, – dice Cabrera.
Javier Cabrera es originario del Estado de Tabasco, creció en el pueblo Emiliano Zapata, muy cerca de Chiapas. De ahí salió a la ciudad de México a estudiar el bachillerato, después estuvo un año en la ciudad de Mérida y posteriormente, en 1975, llega a Jalapa y aquí se quedó a vivir.
Se trata de uno de los bateristas y percusionista de mayor tradición en Veracruz. Forma parte de la plantilla de músicos de la Universidad Veracruzana, ha participado con el grupo de jazz Orbis Tertius así como en una gran diversidad de ensambles de diferentes ritmos que van desde la salsa al jazz, pasando por las sonoridades afro caribeñas, la rumba y el bossa nova.
Cabrera se inició como baterista en una época “en la que no había escuelas de música, sólo los conservatorios”. La escuela de música de la gente de su generación fue el rock. “Me inicié como baterista de rock, de ahí empecé con el bossa nova, la salsa, más tarde el jazz y así se fue haciendo el camino.”
En 1980 llegó a Jalapa un músico que marcaría el camino musical de Javier Cabrera: Hal Noble Héctor Tercero mejor conocido como Taumbú, quien había sido invitado a integrarse al grupo de jazz Orbis Tertius entonces dirigido por Guillermo Cuevas. “Taumbú estuvo dos años en Orbis, pero desde que llegó él organizó un taller independiente de percusiones en la casa de Leonel Días y ahí funcionó como taller, aunque el taller había nacido en el espacio donde Taumbú ensayaba con Orbis”. Taumbú inició a Cabrera y a muchos otros músicos de Jalapa y del país entero, en el conocimiento del tambor africano.
—¿Qué encontraste en las enseñanzas de tambor que te dio Taumbú?
“Él me enseñó la técnica del corazón. Cuando inicié con el tambor afroamericano con Taumbú, yo ya estaba con la sinfónica de Jalapa y recuerdo que la primera vez que tuve un tambor frente a mí y el estarlo tocando con la vibración directa al cuerpo a través de las piernas fue algo impresionante. Diferente a la batería porque la batería es un instrumento muy reciente y el tambor es parte de la historia de la humanidad. Hay una diferencia en su esencia, en su magia, en su energía milenaria que fue lo que yo sentí. Al llegarme la tradición afro tan directa a través del tambor fue un impacto muy fuerte que me hizo cambiar muchas cosas y darme cuenta que como percusionista no me interesaba tanto estar en una orquesta sinfónica, aunque en algún momento esa había sido mi meta”.
—¿Ya no quisiste formar parte de una orquesta sinfónica?
Si yo hubiera sido violinista o chelista, que es un instrumento que me encanta, pues sí hay más posibilidades de participación en una orquesta sinfónica, pero el tambor es un instrumento prohibido, no existe en el clasicismo, no era permitido. Entonces era terrible estar en una orquesta donde contabas ochenta compases para dar un “triangulazo”.
—¿Era monótono?
Eran muchas cargas emocionales y muy poco lo que uno podía proyectar en los conciertos. La mayor libertad la encontré a través del tambor, en todas esas raíces africanas tan fuertes, tan milenarias. El tambor me cambió la vida.
—Fuiste de los primeros percusionistas que llegaron a Jalapa
Hubo una época que decían que yo era el mejor baterista, el mejor percusionista, pero la verdad no es que haya sido el mejor, lo que pasa es que éramos los únicos (risas). No había esa maravilla que existe ahora de tanto desarrollo de los músicos, de esa competencia que bien enfocada te hace crecer porque no es de competencia sino de crecimiento. En esa época éramos contados los bateristas y ahora hay muchos y puedes escoger.
—Ustedes abrieron brecha en cuanto a que se tocaran más géneros en la ciudad además del clásico, ¿no es así?
A mí nunca me han gustado las banderas. Hay gente que me identifica como rumbero, o como jazzista, pero lo que he tenido muy claro desde que comencé a dedicarme a este oficio es que antes que nada soy músico. No me considero ni jazzista, ni salsero, ni rumbero, sino músico. Creo que hay que tener una apertura a todo lo que es música y que tenga calidad, que sea bien interpretada. Para mí sólo hay buena y mala música.
—¿Qué ha sido lo mejor de ser músico?
Yo estoy muy, muy agradecido con la profesión. Gracias a la música he viajado muchísimo, yo creo que sólo me falta estar en Australia. He estado en África, Europa, Asia. Gracias a la música he conocido lugares increíbles y personas muy lindas, gente muy bella. Estoy muy agradecido, por eso ahora me dedico a reconocer y a dar gracias a gente que me aportó cosas como Taumbú, por eso le organicé un homenaje; también hay personas que no siendo músicos me han ayudado mucho a crecer.
—¿Y lo más difícil?
Fue difícil por ejemplo la época en la que tuve que tocar por necesidad económica, pero tenía que hacerlo porque yo fui papá desde muy joven. Hacer algo por necesidad cuando no quieres es algo muy fuerte. Hubo momentos en los que ya no quería ser músico porque estaba haciendo cosas que no quería, pero con el tiempo te vas dando cuenta de que había que vivirlo para saber que la música trasciende cualquier cosa. Es como el homenaje a Taumbú, yo le digo: tú eres el pretexto, uno es el vehículo, pero realmente lo que estamos haciendo es un homenaje a una fuerza, a una energía cósmica que se llama Dios.
—¿Por qué hacerle un homenaje a Taumbú, sólo porque fue tu maestro?
No sólo porque fue mi maestro, también porque él es el sembrador de la semilla del tambor desde Tijuana hasta el Caribe mexicano. El reconocimiento debería ser nacional porque él dejó semillas en muchas partes. Él es de Los Ángeles, California y actualmente radica en Oaxaca, pero en el D.F. llegó a grabar en los años setentas con grupos como La nopalera de Arturo Cipriano, de Beto Delgado, de todo un movimiento que generaron los hermanos Toussaint. Después estuvo en Jalapa, en Oaxaca, posteriormente iba todos los años a Playa del Carmen, ahí se juntaba con músicos de Poncho Sánchez y amigos suyos norteamericanos, pero de todas esas semillas la que tuvo mayor fuerza fue la de Jalapa y nadie lo reconoce
—¿A qué se debe la falta de reconocimiento?
Se debe a la falta de valores, no de las instituciones, de la sociedad misma. Ahora los viejos son vistos como un estorbo y hay que enseñarles a las nuevas generaciones que hay que rescatar ese valor que teníamos antes como sociedad de darles su valor y su respeto a los viejos. La historia ahora comienza con los jóvenes, no conocen el pasado y no les interesa el futuro. No se dan cuenta que es parte de un río y que hay esa conexión eterna y quien pierda eso pierde la identidad.
—¿Con qué sueña Javier Cabrera?
¿Mi sueño?, ¡uy!… (piensa). Mi sueño es ser mejor cada día y mi oficio es el medio, no un fin, para ser mejor padre, mejor esposo, mejor ser humano
Publicado el 21 Marzo 2010
“Aprendí música con la técnica del corazón”: Cabrera Jasso
“La batería es un instrumento muy reciente y el tambor es parte de la historia de la humanidad. Hay una diferencia en su esencia, en su magia, en su energía milenaria que fue lo que yo sentí”.- “No me considero ni jazzista, ni salsero, ni rumbero, sino sólo músico”.
Xóchitl Partida Salcido
Javier Cabrera
La historia de Javier Cabrera Jasso es la historia de un músico que se atrevió a perseguir sus sueños a pesar de las dificultades. Cuando el padre de Javier se enteró de que su hijo quería estudiar música lo corrió de la casa y le dijo: Nunca voy a permitir que en mi familia haya un mariachi y mucho menos un “Chico Ché”. “A pesar de la reacción de mi padre yo seguí en esto y hasta hoy sigo en esto”, – dice Cabrera.
Javier Cabrera es originario del Estado de Tabasco, creció en el pueblo Emiliano Zapata, muy cerca de Chiapas. De ahí salió a la ciudad de México a estudiar el bachillerato, después estuvo un año en la ciudad de Mérida y posteriormente, en 1975, llega a Jalapa y aquí se quedó a vivir.
Se trata de uno de los bateristas y percusionista de mayor tradición en Veracruz. Forma parte de la plantilla de músicos de la Universidad Veracruzana, ha participado con el grupo de jazz Orbis Tertius así como en una gran diversidad de ensambles de diferentes ritmos que van desde la salsa al jazz, pasando por las sonoridades afro caribeñas, la rumba y el bossa nova.
Cabrera se inició como baterista en una época “en la que no había escuelas de música, sólo los conservatorios”. La escuela de música de la gente de su generación fue el rock. “Me inicié como baterista de rock, de ahí empecé con el bossa nova, la salsa, más tarde el jazz y así se fue haciendo el camino.”
En 1980 llegó a Jalapa un músico que marcaría el camino musical de Javier Cabrera: Hal Noble Héctor Tercero mejor conocido como Taumbú, quien había sido invitado a integrarse al grupo de jazz Orbis Tertius entonces dirigido por Guillermo Cuevas. “Taumbú estuvo dos años en Orbis, pero desde que llegó él organizó un taller independiente de percusiones en la casa de Leonel Días y ahí funcionó como taller, aunque el taller había nacido en el espacio donde Taumbú ensayaba con Orbis”. Taumbú inició a Cabrera y a muchos otros músicos de Jalapa y del país entero, en el conocimiento del tambor africano.
—¿Qué encontraste en las enseñanzas de tambor que te dio Taumbú?
“Él me enseñó la técnica del corazón. Cuando inicié con el tambor afroamericano con Taumbú, yo ya estaba con la sinfónica de Jalapa y recuerdo que la primera vez que tuve un tambor frente a mí y el estarlo tocando con la vibración directa al cuerpo a través de las piernas fue algo impresionante. Diferente a la batería porque la batería es un instrumento muy reciente y el tambor es parte de la historia de la humanidad. Hay una diferencia en su esencia, en su magia, en su energía milenaria que fue lo que yo sentí. Al llegarme la tradición afro tan directa a través del tambor fue un impacto muy fuerte que me hizo cambiar muchas cosas y darme cuenta que como percusionista no me interesaba tanto estar en una orquesta sinfónica, aunque en algún momento esa había sido mi meta”.
—¿Ya no quisiste formar parte de una orquesta sinfónica?
Si yo hubiera sido violinista o chelista, que es un instrumento que me encanta, pues sí hay más posibilidades de participación en una orquesta sinfónica, pero el tambor es un instrumento prohibido, no existe en el clasicismo, no era permitido. Entonces era terrible estar en una orquesta donde contabas ochenta compases para dar un “triangulazo”.
—¿Era monótono?
Eran muchas cargas emocionales y muy poco lo que uno podía proyectar en los conciertos. La mayor libertad la encontré a través del tambor, en todas esas raíces africanas tan fuertes, tan milenarias. El tambor me cambió la vida.
—Fuiste de los primeros percusionistas que llegaron a Jalapa
Hubo una época que decían que yo era el mejor baterista, el mejor percusionista, pero la verdad no es que haya sido el mejor, lo que pasa es que éramos los únicos (risas). No había esa maravilla que existe ahora de tanto desarrollo de los músicos, de esa competencia que bien enfocada te hace crecer porque no es de competencia sino de crecimiento. En esa época éramos contados los bateristas y ahora hay muchos y puedes escoger.
—Ustedes abrieron brecha en cuanto a que se tocaran más géneros en la ciudad además del clásico, ¿no es así?
A mí nunca me han gustado las banderas. Hay gente que me identifica como rumbero, o como jazzista, pero lo que he tenido muy claro desde que comencé a dedicarme a este oficio es que antes que nada soy músico. No me considero ni jazzista, ni salsero, ni rumbero, sino músico. Creo que hay que tener una apertura a todo lo que es música y que tenga calidad, que sea bien interpretada. Para mí sólo hay buena y mala música.
—¿Qué ha sido lo mejor de ser músico?
Yo estoy muy, muy agradecido con la profesión. Gracias a la música he viajado muchísimo, yo creo que sólo me falta estar en Australia. He estado en África, Europa, Asia. Gracias a la música he conocido lugares increíbles y personas muy lindas, gente muy bella. Estoy muy agradecido, por eso ahora me dedico a reconocer y a dar gracias a gente que me aportó cosas como Taumbú, por eso le organicé un homenaje; también hay personas que no siendo músicos me han ayudado mucho a crecer.
—¿Y lo más difícil?
Fue difícil por ejemplo la época en la que tuve que tocar por necesidad económica, pero tenía que hacerlo porque yo fui papá desde muy joven. Hacer algo por necesidad cuando no quieres es algo muy fuerte. Hubo momentos en los que ya no quería ser músico porque estaba haciendo cosas que no quería, pero con el tiempo te vas dando cuenta de que había que vivirlo para saber que la música trasciende cualquier cosa. Es como el homenaje a Taumbú, yo le digo: tú eres el pretexto, uno es el vehículo, pero realmente lo que estamos haciendo es un homenaje a una fuerza, a una energía cósmica que se llama Dios.
—¿Por qué hacerle un homenaje a Taumbú, sólo porque fue tu maestro?
No sólo porque fue mi maestro, también porque él es el sembrador de la semilla del tambor desde Tijuana hasta el Caribe mexicano. El reconocimiento debería ser nacional porque él dejó semillas en muchas partes. Él es de Los Ángeles, California y actualmente radica en Oaxaca, pero en el D.F. llegó a grabar en los años setentas con grupos como La nopalera de Arturo Cipriano, de Beto Delgado, de todo un movimiento que generaron los hermanos Toussaint. Después estuvo en Jalapa, en Oaxaca, posteriormente iba todos los años a Playa del Carmen, ahí se juntaba con músicos de Poncho Sánchez y amigos suyos norteamericanos, pero de todas esas semillas la que tuvo mayor fuerza fue la de Jalapa y nadie lo reconoce
—¿A qué se debe la falta de reconocimiento?
Se debe a la falta de valores, no de las instituciones, de la sociedad misma. Ahora los viejos son vistos como un estorbo y hay que enseñarles a las nuevas generaciones que hay que rescatar ese valor que teníamos antes como sociedad de darles su valor y su respeto a los viejos. La historia ahora comienza con los jóvenes, no conocen el pasado y no les interesa el futuro. No se dan cuenta que es parte de un río y que hay esa conexión eterna y quien pierda eso pierde la identidad.
—¿Con qué sueña Javier Cabrera?
¿Mi sueño?, ¡uy!… (piensa). Mi sueño es ser mejor cada día y mi oficio es el medio, no un fin, para ser mejor padre, mejor esposo, mejor ser humano
domingo, 21 de marzo de 2010
No hay mas-alla
NO HAY MASA..LLA.
Cuando nació el “mazapán”, o sea Manuel mi primer hijo yo ya era panadero. José mi nieto, también conocido como el “gaznate”, al comenzar a balbucear sus primeras palabras nunca me pudo decir claramente abuelito. Lo más cercano que estuvo era diciéndome abolillo, desde entonces se me quedo el apodo de “bolillo”, sin la a. Así me dicen todos en el pueblo, aunque mi verdadero nombre es Pancho.
Hoy me encuentro en la boda de dos de mis mejores empleados y de los más viejos colaboradores que tengo, Concha y Lino, de la Panadería el Resovadero. El es como el engrudo, siempre está hecho bolas y crudo. Ella despistada y como su nombre lo indica está rechonchita y esponjadita, pero eso sí siempre servicial y cariñosa aunque con un fuerte temperamento. En fin son la pareja ideal. Como la vida siempre da sorpresas, me imagino que el resultado del amor que se tienen será tener una hija flaca y canilluda.
La fiesta está a todo vapor, se siente calor de horno. Lino baila como torero aunque la vaca le queda grande, da la impresión de llevar unas banderillas en sus manos que mantiene alzadas como si quisiera clavarlas en la concha. Ella se mueve poco pero con mucha cadencia. Su vestido blanco tiene puntos y franjas cafés que al dar giros bailando pareciera, además de piñata, una verdadera concha chocolatada.
Todos los comensales están divirtiéndose de lo lindo. Comen ricos bocadillos. Unos hojaldres, otros panecitos horneados y rebosados de huevo con diferentes ingredientes en la masa, como nueces, pasas, almendras, duraznos y ciruelas pasas. De tomar hay pulque curado de guanábana, toritos de cacahuate, mango y piña y para los más exigentes, o de gustos no tan refinados caña brava, pero muy brava.
Después de un rato y viendo que las bebidas se les empezaban a subir a la cabeza a los invitados, Concha dio la orden de comenzar a servir la cena, que por cierto se ve de rechupete: crema de zanahoria con trocitos de pan tostado, tartas de verduras y otras de carne molida. De postre sirvieron ricos chuz con merengue. Todo está para chuparse los dedos. Al poco rato se armo el bailongo. Todo mundo se puso a mover la masa corporal. La pareja que más sobresalía por supuesto, eran Concha y Lino los desposados. Llegó un momento en que nadie se quedó sentado, bailaban hasta los chiquitines: el mazapán 2, el gaznate, la banderilla, el polvorón, el moño, la dona, la oreja y por supuesto la familia completa de los hojaldres, siete hermanos el mayor de nueve años. Todos, todos movían el mondongo. El único que casi no se movía era el pambazo, estaba pálido y deprimido. Su cuerpo tieso y flaco como palo y panzón. Parecía más bien una reata con nudo. Todo giraba a su derredor menos él. De repente, sin darse cuenta, Concha le dio un caderazo que lo mandó al suelo. Entre carcajadas se fue incorporando para dejar a su pareja, la mantecada bailando sola en la pista, lo que sí, no por mucho tiempo, luego, luego se unió a la pareja que hacían la oreja y el moño y ella como si nada hubiera pasado. Mientras tanto el pambazo, muerto de pena fue a su mesa y de ahí no se movió ni para ir al baño.
El son de los panaderos sonaba a todo lo que daba, cuando empezó a sentirse un olor a fritura de aceite, ahora a panuchos a fríjol frito. Sí el platillo eran panuchos que se estaban preparando para animar a los invitados entrada la madrugada. Aún con el olor que impregnaba el ambiente, los bailarines ni se inmutaron, siguieron bailando para mantener caliente la pista, como si fuera horno de leña y atizada por tanto alcohol que circulaba. Concha y Lino sudaban el engrudo y el mismo alcohol mientras bailaban sin parar. Les hacían rueda y ellos más se prendían. Él rojo como el fogón. Ella pálida como un mazapán. Después de bailar y bailar, sudar y sudar, chupar y chupar fueron a sentarse, tomaron unos sorbos de lo que tenían a la mano, ya no sabían ni que tomaban, la cosa era empinar el codo. Para recuperar todas las toxinas perdidas en el baile, pidieron un platón de panuchos para ellos solitos, con arto escabeche de chiles jalapeños en rajas, pues rajas. Más se enchilaban, más tomaban. Chupale y cómale.
Cuando terminaron la cena, también terminaron con la poca energía que les quedaba, estaban los dos sumamente borrachos. Lino como era costumbre ese estado para él se dispuso a echarse un coyotito, comenzaba hasta roncar mientras Concha no se hallaba, estaba muy inquieta, no sabía ni que le estaba pasando y para colmo su recién marido roncando. La Concha no pudo más y explotó, primero se hizo pipi y seguidamente se reventó una tremenda guacareada sobre el pastel que tenía enfrente y que por supuesto nadie llegó a probar. El pastel era rectangular, asemejaba la mesa de panadeo que usan para moldear la masa y revolverla con la manteca vegetal. Los ingredientes los acababa de agregar Concha en el momento. Aquello había llegado a su fin. Lino había despertado después de tremendo estruendo y observaba en silencio a Concha que queriéndose controlar se resbaló y cayendo, cual grande y gorda es, fue a dar al piso que la soportó, mientras el pobre Lino intentaba levantarla en vuelo, cosa que le fue imposible, más bien Concha lo jaló con tal fuerza que aquel no tuvo más que caer a un costado de ella. Los invitados perturbados y entre risas disimuladas se fueron yendo de la fiesta unos tras de otros como auténticos comen-sales, hasta que el salón quedo casi vacío. Solo los familiares de los novios intentaban levantarlos para llevarlos a casa, cosa que les fue imposible y decidieron irse también.
Se puso sus moños la Concha, su pierna derecha la subió por el pecho de Lino, liberando un gas fétido y garnachero por el esfuerzo realizado y logrando que Lino quedara doblemente inmovilizado. Se soltó a roncar cual churro friéndose dentro de la olla de aceite caliente para luego ser devorado por su dorado azucarado.
Cuando despertó ya era de día. Lino exhausto sin poder dormir, ya casi sin aliento, sintió tremendo alivio cuando le quitó el peso de la pierna la hojaldre de la Concha. Ella se incorporó como pudo y sin recordar nada de lo que había pasado, comenzó a regañar a su marido. Le pedía una explicación del porque se encontraban solos a esa hora en el salón y en esas condiciones. Lino sin decir nada, si contestar algo, se encaminó hacia la puerta de salida dejando a su mujer hablando sola, respiro profundamente al llegar a la calle y pensó: “En la Concha que me he metido, mi primer día de casado y ya no aguanto masa. Si Concha fuera filósofa y quisiera tortilla le diría que ya no hay masa..lla”.
Al día siguiente, como es obvio, no abrí la panadería.
JAVIER CABRERA.
Cuando nació el “mazapán”, o sea Manuel mi primer hijo yo ya era panadero. José mi nieto, también conocido como el “gaznate”, al comenzar a balbucear sus primeras palabras nunca me pudo decir claramente abuelito. Lo más cercano que estuvo era diciéndome abolillo, desde entonces se me quedo el apodo de “bolillo”, sin la a. Así me dicen todos en el pueblo, aunque mi verdadero nombre es Pancho.
Hoy me encuentro en la boda de dos de mis mejores empleados y de los más viejos colaboradores que tengo, Concha y Lino, de la Panadería el Resovadero. El es como el engrudo, siempre está hecho bolas y crudo. Ella despistada y como su nombre lo indica está rechonchita y esponjadita, pero eso sí siempre servicial y cariñosa aunque con un fuerte temperamento. En fin son la pareja ideal. Como la vida siempre da sorpresas, me imagino que el resultado del amor que se tienen será tener una hija flaca y canilluda.
La fiesta está a todo vapor, se siente calor de horno. Lino baila como torero aunque la vaca le queda grande, da la impresión de llevar unas banderillas en sus manos que mantiene alzadas como si quisiera clavarlas en la concha. Ella se mueve poco pero con mucha cadencia. Su vestido blanco tiene puntos y franjas cafés que al dar giros bailando pareciera, además de piñata, una verdadera concha chocolatada.
Todos los comensales están divirtiéndose de lo lindo. Comen ricos bocadillos. Unos hojaldres, otros panecitos horneados y rebosados de huevo con diferentes ingredientes en la masa, como nueces, pasas, almendras, duraznos y ciruelas pasas. De tomar hay pulque curado de guanábana, toritos de cacahuate, mango y piña y para los más exigentes, o de gustos no tan refinados caña brava, pero muy brava.
Después de un rato y viendo que las bebidas se les empezaban a subir a la cabeza a los invitados, Concha dio la orden de comenzar a servir la cena, que por cierto se ve de rechupete: crema de zanahoria con trocitos de pan tostado, tartas de verduras y otras de carne molida. De postre sirvieron ricos chuz con merengue. Todo está para chuparse los dedos. Al poco rato se armo el bailongo. Todo mundo se puso a mover la masa corporal. La pareja que más sobresalía por supuesto, eran Concha y Lino los desposados. Llegó un momento en que nadie se quedó sentado, bailaban hasta los chiquitines: el mazapán 2, el gaznate, la banderilla, el polvorón, el moño, la dona, la oreja y por supuesto la familia completa de los hojaldres, siete hermanos el mayor de nueve años. Todos, todos movían el mondongo. El único que casi no se movía era el pambazo, estaba pálido y deprimido. Su cuerpo tieso y flaco como palo y panzón. Parecía más bien una reata con nudo. Todo giraba a su derredor menos él. De repente, sin darse cuenta, Concha le dio un caderazo que lo mandó al suelo. Entre carcajadas se fue incorporando para dejar a su pareja, la mantecada bailando sola en la pista, lo que sí, no por mucho tiempo, luego, luego se unió a la pareja que hacían la oreja y el moño y ella como si nada hubiera pasado. Mientras tanto el pambazo, muerto de pena fue a su mesa y de ahí no se movió ni para ir al baño.
El son de los panaderos sonaba a todo lo que daba, cuando empezó a sentirse un olor a fritura de aceite, ahora a panuchos a fríjol frito. Sí el platillo eran panuchos que se estaban preparando para animar a los invitados entrada la madrugada. Aún con el olor que impregnaba el ambiente, los bailarines ni se inmutaron, siguieron bailando para mantener caliente la pista, como si fuera horno de leña y atizada por tanto alcohol que circulaba. Concha y Lino sudaban el engrudo y el mismo alcohol mientras bailaban sin parar. Les hacían rueda y ellos más se prendían. Él rojo como el fogón. Ella pálida como un mazapán. Después de bailar y bailar, sudar y sudar, chupar y chupar fueron a sentarse, tomaron unos sorbos de lo que tenían a la mano, ya no sabían ni que tomaban, la cosa era empinar el codo. Para recuperar todas las toxinas perdidas en el baile, pidieron un platón de panuchos para ellos solitos, con arto escabeche de chiles jalapeños en rajas, pues rajas. Más se enchilaban, más tomaban. Chupale y cómale.
Cuando terminaron la cena, también terminaron con la poca energía que les quedaba, estaban los dos sumamente borrachos. Lino como era costumbre ese estado para él se dispuso a echarse un coyotito, comenzaba hasta roncar mientras Concha no se hallaba, estaba muy inquieta, no sabía ni que le estaba pasando y para colmo su recién marido roncando. La Concha no pudo más y explotó, primero se hizo pipi y seguidamente se reventó una tremenda guacareada sobre el pastel que tenía enfrente y que por supuesto nadie llegó a probar. El pastel era rectangular, asemejaba la mesa de panadeo que usan para moldear la masa y revolverla con la manteca vegetal. Los ingredientes los acababa de agregar Concha en el momento. Aquello había llegado a su fin. Lino había despertado después de tremendo estruendo y observaba en silencio a Concha que queriéndose controlar se resbaló y cayendo, cual grande y gorda es, fue a dar al piso que la soportó, mientras el pobre Lino intentaba levantarla en vuelo, cosa que le fue imposible, más bien Concha lo jaló con tal fuerza que aquel no tuvo más que caer a un costado de ella. Los invitados perturbados y entre risas disimuladas se fueron yendo de la fiesta unos tras de otros como auténticos comen-sales, hasta que el salón quedo casi vacío. Solo los familiares de los novios intentaban levantarlos para llevarlos a casa, cosa que les fue imposible y decidieron irse también.
Se puso sus moños la Concha, su pierna derecha la subió por el pecho de Lino, liberando un gas fétido y garnachero por el esfuerzo realizado y logrando que Lino quedara doblemente inmovilizado. Se soltó a roncar cual churro friéndose dentro de la olla de aceite caliente para luego ser devorado por su dorado azucarado.
Cuando despertó ya era de día. Lino exhausto sin poder dormir, ya casi sin aliento, sintió tremendo alivio cuando le quitó el peso de la pierna la hojaldre de la Concha. Ella se incorporó como pudo y sin recordar nada de lo que había pasado, comenzó a regañar a su marido. Le pedía una explicación del porque se encontraban solos a esa hora en el salón y en esas condiciones. Lino sin decir nada, si contestar algo, se encaminó hacia la puerta de salida dejando a su mujer hablando sola, respiro profundamente al llegar a la calle y pensó: “En la Concha que me he metido, mi primer día de casado y ya no aguanto masa. Si Concha fuera filósofa y quisiera tortilla le diría que ya no hay masa..lla”.
Al día siguiente, como es obvio, no abrí la panadería.
JAVIER CABRERA.
sábado, 20 de marzo de 2010
LA LOCURA
Es multifacético su mundo mágico, insoportable su pesadez y sumamente utilizado el término, para designar algo o a alguien que no nos es agradable: “Eso es una locura”, “Ese tipo está loco”. Son lugares comunes en nuestros diarios aconteceres.
El fenómeno tiene más que una simple etiqueta. Sus múltiples rostros, puede tener infinidad de lecturas. La más importante es que es un estado mágico del ser. En algunas situaciones raya con la divinidad (expresivo) o en su contrario, en la oscuridad (depresivo). Dos caras de una misma moneda. Es una de las formas en que se puede concebir a las deidades mismas, tanto pasadas, como presentes. Un ser divino, es un ser trastocado, no es un ser “normal” y corriente. Sus múltiples rostros le dan esa posibilidad de ser multifacético. Es como el actor mismo, tiene la capacidad de transformar su personalidad en infinidad de personajes, de entes. Las divinidades tienen varias advocaciones. Tezcatlipocatl, por ejemplo, puede ser la estrella de la mañana, el dador de luz, la Venus de la esperanza y la alegría, por un lado, pero también, la primera estrella de la noche, de la oscuridad y las tinieblas del inframundo. Es la estrella que se lleva al sol todos los días, más bien todas las noches, a ese mundo oscuro, siniestro, hasta la llegada del alba del nuevo día, de la nueva luz, de la continuidad de la vida. Es un ser dual, bipolar, trastocado en su lucidez (creatividad) en algún momento del día, a través de su oscuridad nocturna (destructividad).
Estar loco nos permite la libertad de hacer cualquier cosa, todo está justificado, no se puede sobre calificar la locura. Es un punto límite de la existencia misma, algo así como la muerte en vida. Raya en la infinitud del ser. Para unos, el panteón, para los otros, el manicomio.
Ahora, hay de locuras a locuras. Están los locos en si mismos, aquellos que jamás van a ser mal a nadie, ni así mismos. Los locos por otros, los que son calificados o tachados por la sociedad “cuerda”, o por otro individuo, familiar o no, y además encerrados para evitar el contagio. Y los locos eternos, los realmente peligrosos, son aquellos que sintiéndose seres normales y escogidos, tienen la libertad de hacer y deshacer a su libre albedrío lo que les plazca y esté a su alcance. Esto se traduce en “la locura del poder”.
La historia de la locura, es la historia de la vida misma. La locura de vivir. Gracias a ella existimos. Es parte de nuestra naturaleza. Bendita vida loca. Loca bendita.
Javier Cabrera Jasso
El fenómeno tiene más que una simple etiqueta. Sus múltiples rostros, puede tener infinidad de lecturas. La más importante es que es un estado mágico del ser. En algunas situaciones raya con la divinidad (expresivo) o en su contrario, en la oscuridad (depresivo). Dos caras de una misma moneda. Es una de las formas en que se puede concebir a las deidades mismas, tanto pasadas, como presentes. Un ser divino, es un ser trastocado, no es un ser “normal” y corriente. Sus múltiples rostros le dan esa posibilidad de ser multifacético. Es como el actor mismo, tiene la capacidad de transformar su personalidad en infinidad de personajes, de entes. Las divinidades tienen varias advocaciones. Tezcatlipocatl, por ejemplo, puede ser la estrella de la mañana, el dador de luz, la Venus de la esperanza y la alegría, por un lado, pero también, la primera estrella de la noche, de la oscuridad y las tinieblas del inframundo. Es la estrella que se lleva al sol todos los días, más bien todas las noches, a ese mundo oscuro, siniestro, hasta la llegada del alba del nuevo día, de la nueva luz, de la continuidad de la vida. Es un ser dual, bipolar, trastocado en su lucidez (creatividad) en algún momento del día, a través de su oscuridad nocturna (destructividad).
Estar loco nos permite la libertad de hacer cualquier cosa, todo está justificado, no se puede sobre calificar la locura. Es un punto límite de la existencia misma, algo así como la muerte en vida. Raya en la infinitud del ser. Para unos, el panteón, para los otros, el manicomio.
Ahora, hay de locuras a locuras. Están los locos en si mismos, aquellos que jamás van a ser mal a nadie, ni así mismos. Los locos por otros, los que son calificados o tachados por la sociedad “cuerda”, o por otro individuo, familiar o no, y además encerrados para evitar el contagio. Y los locos eternos, los realmente peligrosos, son aquellos que sintiéndose seres normales y escogidos, tienen la libertad de hacer y deshacer a su libre albedrío lo que les plazca y esté a su alcance. Esto se traduce en “la locura del poder”.
La historia de la locura, es la historia de la vida misma. La locura de vivir. Gracias a ella existimos. Es parte de nuestra naturaleza. Bendita vida loca. Loca bendita.
Javier Cabrera Jasso
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